Es el gran
teatro de la vida. Un mal texto en un pésimo escenario, donde regidor y
técnicos realzan, iluminan y colorean lo que les interesa en detrimento de los
demás. Donde los personajes y sus papeles han sido adjudicados, desigualmente
repartidos, según el arbitrio de unos pocos. Donde el director decide
unilateralmente quien actúa y en qué momento. Un escenario con un foso letal al
que caen los que no están del lado de los vencedores. Y donde los perdedores
esperan en la chácena, y no en los camerinos, el momento de saltar sobre las
tablas. Hoy es el estreno. La taquilla ha cerrado. No quedan localidades. Tomen
asiento y contemplen desde sus butacas el esperpento de la globalización y la
modernidad. En el patio de butacas se sitúan los invitados VIP que podrán
contemplar la barbarie más cerca pero permanecerán igual de impasibles que los
que decidieron comprar la entrada de baja visibilidad y apenas perciben los
hechos desde el anfiteatro o los palcos de proscenio. Y por favor, no olviden
apagar sus móviles. No queremos que nada interrumpa la representación de un
drama en el que cada día muere alguien. Pero no teman, no serán ustedes, mis
queridos espectadores, no es una obra interactiva. Porque les necesitamos ahí
sentados. El teatro de la vida carecería de sentido si fuera representado ante
las butacas vacías.
Abril, 2010.
Abril, 2010.